Cuando uno llega a Lárrede, pueblo
del siglo X, junto al Gállego, en la puerta del Pirineo aragonés, se queda prendado del lugar. En este enclave único, rodeado por su Torraza,
precioso torreón vigía en lo alto del cerro y la Iglesia románica de San Pedro
de Lárrede S.X, se encuentra el hotel Viñas de Lárrede, con vistas
espectaculares al Pirineo, punto de partida de excursiones y de
multitud de actividades.
A 24 km de la estación de esquí más grande de España,
Formigal-Panticosa y de gran interés cultural por su conjunto histórico,
Lárrede, es uno de esos rincones del mundo que
tienen algo mágico, por su enclave, su luz, su olor a campo, y sus casas del
s.X, que nos transportan fácilmente al pasado.
En este bello paraje, donde antaño
era una plantación de viñedos, se levanta el hotel Viñas de Lárrede, una casa
construida con nobles materiales y una fachada de piedra recuperada de una antigua
casona derruida, donde se aprecian las huellas que la meteorología ha ido
labrando y la madera de alerce proveniente de Siberia, un árbol muy tolerante
al frío, capaz de sobrevivir a temperaturas invernales por debajo de los -50º
C, combinada con amplios ventanales por
las que disfrutar de las vistas del Valle, con sus picos de más de 3.000 m, radica gran parte del encanto de nuestra casa.
Uno de los aspectos que resultan más agradables de las
residencias rurales es esa dualidad vida exterior-vida interior. Disfrutar del
aire libre estando en casa, es un lujo.
En el exterior, más allá de la tranquilidad que se
respira en el medio natural, nos invade el espectáculo visual de la naturaleza
que se transforma día a día y estación tras estación, esos instantes de vida
contemplativa que resultan tan placenteros alejados del estrés de las ciudades,
del ruido y de las prisas,
Dentro, la casa, se convierte en un lugar acogedor, una
fuente de hospitalidad para todo aquel que nos visite, creando atmósferas de serenidad
y calidez, abiertas a la contemplación ó a la comunicación, donde reunirnos con
la familia y los amigos, compartiendo mesa y vivencias, donde sentirse cómodo y
que nuestros huéspedes se sientan como
en casa, pero sin las preocupaciones de la misma, poniendo todo nuestro cuidado
y nuestro cariño y construyendo nuestro lugar en el mundo, y un hogar.
Una tarea reconfortante que implica de alguna manera
definirnos a nosotros mismos y lo que pretendemos transmitir a los demás.